24/7

La tripulación inició la jornada como todos los días, rodeando la mesa blanca y aséptica de la cafetería. El líder cruzó los dedos sobre la mesa con aparente confianza, pero el crujir de su traje rojo evidenciaba su desgaste, y el de todos. Como todos los días, su voz transmitía tranquilidad por el comunicador a sus compañeros, pero a decir verdad, estaba cansado. El estado de la nave, que a pesar de los esfuerzos de su tripulación estaba en las últimas, los había obligado a usar sus trajes espaciales incluso dentro, para prevenir congelación o asfixia durante sus tareas o durante el sueño. Los trajes 24/7, un termino obsoleto cuando no existe el tiempo, la noche ni el día, solo el infinito negro del espacio y sus ocasionales explosiones de colores imposibles.


Así, pues, con el peso constante de los cables y tanques y los kilos y kilos de tela protectora, los nueve tripulantes pasaban sus días dándole mantenimiento a la nave, y esperando llegar a su destino, cada vez más incierto. Pero, ¿qué otra opción les quedaba? Después de la última batalla, después de que el clamor inicial de la revolución en su planeta se apagara con fuegos y tormentas, era muy posible que ellos fueran lo último que quedaba de esa llama que se inició un 15 de Septiembre, hace ya tres meses. ¿Quedará algo de aquello por lo que luchaban, de todos los que se despidieron por el comunicador cuando alcanzaron el umbral de no retorno? No lo sabían. Lo único que tenían era esperanza.


-Bien. El reactor estuvo fallando mucho ayer. Gris, Naranja, quiero que corran todas las pruebas y que hagan un inventario de los repuestos antes de repararlo. Azul, tu puedes ir empezando el inventario, estarás en almacenamiento todo el día. Amarillo, verde, cableado. No pueden volver a fallar las luces.


Una vez que la tripulación hubo emprendido su camino, bromeando por el comunicador de corto alcance, con un brillo en el cristal polarizado que tapaba sus sonrisas, el capitán enfrentó a Morado.


-Cap, ¿y yo que hago?


La mujer que estaba frente a él se veía distinta desde hace varias semanas. Sonaba, sí, como aquella niña alegre con la que creció en la calle, caminaba como el soldado en el que se convirtió, siempre un porte militar y un guiño en el ojo que no podía ver, pero que intuía en sus gestos y en sus palabras. Pero había algo extraño en la manera en la que se movía, casí robótica, los músculos tensos, quizá por cansancio... quizá por otra cosa.


Porque en las raras ocasiones en las que se podía comunicar con otra nave de la resistencia, oía rumores. Oía gritos de súplica, últimas palabras, advertencias. La sombra tétrica del Imperio extendiendo sus manos a través de la galaxia, infiltrándose por las rendijas de las últimas naves, disfrazándose para caminar entre nosotros, hasta volvernos locos por desconfianza o por falta de oxígeno.


-Quítate el casco.


Morado se quedó quieta un momento, las manos detrás de la espalda, el visor paralelo con el techo, viendo al frente.


-Cap, no creeras que yo...


-Sé que eres tú. Tu no eres mi hermana, lo sé mejor que nadie. ¡Sé que la mataste! ¡Tú estabas en el reactor ayer, y la semana pasada, y cada vez que casi morimos!


-¡Mirate! Te estás volviendo loco. El puesto se está comiendo tu cerebro. No estás hecho para dirigir una revolución, y mucho menos ahora tan lejos de nadie. No puedes ayudar a nadie aquí, ¡ni siquiera a ti mismo!


Rojo temblaba y sudaba dentro de su traje, medio muerto de calor y de rabia.


-Ya sabía que pensabas eso de mí... Entonces eres uno de ellos desde antes, ¿no? Desde que la rebelión decidió seguirme en vez de a tí... Nunca te alegraste por mí, nunca tuviste suficiente con ser segundo al mando. ¡Estás muerta desde entonces! ¡Eres uno de ellos, viviendo en la piel de mi hermana!


-¡Cállate!


Hubo un golpe, un grito, un metal arrastrándose por el suelo. De pronto las luces se apagaron y la linterna de los hermanos se encendió en automático, pero había una linterna más, iluminando la espalda del capitán.


Hubo un disparo, un grito, un salpicar. De pronto Morado sostenía a su hermano por última vez en sus brazos, y detrás de él una figura iluminada por los bordes guardaba una pistola del Imperio en el interior de su traje, y la luz de Morado iluminó por un momento su piel viscosa, púrpura, No Humana.


-Nunca te van a creer, amiga. Yo estaba en almacenamiento.


Y presionó el botón rojo que estaba en el centro de la mesa.


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