El tarro de mermelada

Un hombre puede esconderse de su pareja, de su familia, del mundo, inclusive de sí mismo, pero que Dios mismo me condene si existe un solo hombre caminando en esta tierra que pueda esconderse de mí. Mi enemigo se burla de mí, creyendo que hace lo que hago y que sabe lo que sé, sin embargo, apenas entré a la escena del crimen, señorita... ¿cómo me dijo que se llamaba?


—Alicia.


Señorita Alicia, apenas entré a la escena del crimen supe que esto fue obra de mi viejo enemigo, el sigiloso asesino, el célebre Tuerto Gonzalez. ¿Sabe usted, srita…


—Alicia.


Señorita Alicia, porque recibió el apodo este hombre tan vil?


—Supongo que porque—


Porque le quita el ojo derecho a sus víctimas, siempre el ojo derecho, quizá por un perverso deseo, quizá como burla para el desafortunado y sus familiares. Ahora, recuérdeme Srita. Lisa, ¿cómo se dio cuenta de que su abuelo estaba muerto?


—Mi esposo, señor.


¿Su esposo le dijo?


—No señor, le dije que mi esposo es el difunto, bueno era ya.


¡Ah! Por supuesto.


—Volví a la casa de mis vueltas a las 11 y ya estaba así, tieso.


¡Ah! Bueno, no la molestaré con más preguntas, es evidente que este hombre es una víctima más de este asesino que se me sigue escapando. No la culpo, ni debería culparse a sí misma…


—No, pues no, fíjese.


...Por desatender a su esposo causando su muerte, ya que el Tuerto Gonzalez ha matado, y volverá a matar, en casi cada rincón de esta ciudad, e incluso en otras, sin ningún patrón discernible, en su mayoría a hombres de su edad y condición, con una pequeña fortuna y una mujer más joven y más bella que él, desde hace ya varios años, por celos, quizá... ¡Oh! Pero usted ríe, de nervios quizá. Está bien, Sra Felicia, la muerte es un asunto curioso, y todos reaccionamos a su sonrisa de distinta manera. ¿O quizá ríe porque la llamé bella? Porque lo es, y mucho. 


—Gracias...

Tampoco parece haber más móvil que el de llevarse su ojo, quizá solo por el gusto de sacarlo, pues hemos encontrado, en ocasiones, el ojo aún dentro de la casa, escondido de la manera más ruin, en el congelador, en la comida del gato, en la sopa, como deseando que a su viuda le persiga el fantasma de su sacrilegio… pero no debe temer, Sra, ¡no tiemble! ¿No se quiere sentar? Estoy aquí para cuidarla, secar sus lindos ojos. En fin, no debe usted culparse, no…


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El investigador se fue cuando cayó la noche, finalmente, después de que revisaron la cocina y los cuartos, después de que otro equipo hubiera limpiado la escena y llevadose el cuerpo, después de quizá cien veces que la mano del detective hubo pasado por su cabello, y Alicia finalmente destensó los hombros. Después del miedo y del cansancio, tenía hambre. Abrió el refrigerador y destapó, finalmente, el tarro de mermelada.


Dentro le devolvió la mirada el ojo gris y rosa del anciano. Lo contempló un momento, viendolo flotar en la masa roja y dulce, mientras la luz azul del refrigerador los bañaba a ambos. Después lo sacó con la mano y lo tiró a la basura. Se sirvió una tostada, silbando. Cuando se chupó los dedos, sabían a fresa.


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