Perla

La princesa se acomodó sobre el banquillo, incómoda. Paso una mano suave por su collar de perlas.

-Por favor presta atención a mi collar. Que resalte.
Lilian asintió con la cabeza.
-Por supuesto, princesa.
Y mezcló, mezcló colores, pintó y pintó sobre aquel lienzo.
La princesa del castillo sobre el lago era un misterio para los habitantes de Oroboro. Sus padres, el rey y la reina, eran muy celosos con su hija, cuya belleza, según decían, podía enceguecer a los hombres. Sólo mujeres podían acercársele, vestirla, alimentarla, y por supuesto, capturar su retrato.
Lilian era la joven aprendiz del maestro del reino contiguo, y había sido enviada aquí por ser la única de sus aprendices que no era varón, y por lo tanto no era una amenaza para la princesa. La miraba con una curiosidad casi científica: en su ciudad había llegado también la leyenda de su belleza, y era un gran honor ser la primera en retratarla.
-Eres joven.
A la pintora le tomó por sorpresa. No esperaba que la princesa le hablara. De hecho tenía instrucciones de no hacerlo. Sin embargo, solo eran ellas dos en aquel cuarto, dorado por la luz del sol, abierto ahora por el silencio, como una herida.
-Y pareces un muchacho.
Lilian pasó su mano libre por su cabello, castaño y corto.
-Sí. El cabello me estorba para trabajar. Se llena de pintura y es difícil lavarlo. Usted seguramente sabe lo difícil que es mantener cabello largo y hermoso como el suyo.
La princesa se acomodó una vez más sobre su asiento y Lilian se preguntó si realmente parecía un muchacho, o si era simplemente que ella nunca había visto a uno de su edad.
La luz del sol las dejó al poco tiempo, y Lilian guardó sus pinturas. La princesa se retiró por el día, y Lilian regresó a la habitación de los criados, donde estaba viviendo mientras el retrato era terminado.
Al día siguiente la princesa regresó al salón principal, junto a la ventana, donde seguían los materiales de Lilian. Una vez que se hubieran retirado sus damas de compañía, tres señoras que tendrían la edad de su madre, Lilian se acomodó en su puesto de trabajo.
-Ah, princesa, su cabello está un poco diferente hoy. ¿Podría echarlo atrás de su hombro?
-¿Así?
-Un momento, por favor.
Lilian cruzó el espacio entre ellas, y con mucho cuidado empujó el cabello dorado de la princesa hacia atrás, para que cayera por su espalda como el día anterior.
Cuando terminó, su mano rozó el cuello de la princesa, suavemente. La princesa cerró los ojos.
El lienzo era apenas una mancha de aguarrás y un boceto a lápiz, y sin embargo ya se adivinaba la belleza del sujeto. Lilian sentía un gran peso en sus hombros y se movía con cautela, capturando algo frágil y etéreo, una mancha aquí, una línea allá.
-No moviste mi collar, ¿verdad?
-Tu collar está igual que ayer.
-¿Estas segura? ¿Puedes venir un momento?
Lilian cruzó la gran barrera otra vez.
Esta perla es más grande que las otras, y esta más azul, y esta más rosada. Lilian pensaba hacer todas las perlas iguales, pero le prometió a la princesa poner atención a los matices.
-Tenía usted razón. Está un poco girado entonces.
Y se tomó el atrevimiento de girar el collar. Cuando sus nudillos tocaron la piel de la princesa, a Lilian le pareció escucharla suspirar.
El sol se puso una vez más y Lilian se retiró con una reverencia.
El tercer día la princesa tenía el cabello mal otra vez. Y la blusa, y el collar. Y se sentó incómoda en aquel banco, y parecía no saber dónde poner la mirada - el techo, la ventana, sus uñas.
Lilian se acercó con paciencia a alisar la tela de su blusa, peinar mechones sueltos con los dedos, colocar las perlas sobre las clavículas en el lugar correcto, pues había que afinar detalles y ya todo estaba en su lugar, y la princesa se quedó quieta, quieta, con los ojos ahora muy abiertos, tensos, fijos en las manos precisas y cálidas de Lilian.
Cuando alisó los puños de las mangas descansó las manos un momento de más en las muñecas de la princesa, y ambas fingieron no notarlo.
Así que Lilian se relajó y se dedicó a pintar algo suave y exquisito, una sombra por aquí, una luz por allá, el sol del atardecer derramado en los ojos y las perlas, paseándose por la cascada de cabello, por la tela, metiéndose debajo de la piel, pintándola naranja y rosa.

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