El guía

Todo se volvió muy confuso desde que comenzó la tormenta. Recuerdo risas de parte de los nuevos del grupo, que como yo, eran muy novatos para saber lo que implicaba que lloviera en la montaña. Recuerdo las miradas preocupadas de los que llevaban años escalando, pero era senderismo, ni siquiera necesitabamos equipo, ¿qué podía pasar?

Iniciamos descenso a pesar de las quejas, caminando de lado para evitar resbalar, y conforme se intensificaba la lluvia aumentaba el paso, la roca se volvía más resbalosa, la corriente más empinada. ¿De verdad subimos por todo esto? No reconocía nada. Los sonidos del bosque ahogaban las voces de los demás, y ahogaron también mi grito cuando una roca cedió bajo mi pie, y al golpear el piso perdí el conocimiento.

Cuando desperté seguía lloviendo, mi ropa y mochila empapadas y frías. Temblando, intentando ver algo en el bosque blanco por la niebla, llamé a mis compañeros, nada. Intenté activar el walkie talkie que me habían dejado por ir hasta atrás, nada. Por supuesto que me dieron el que estaba descargado, solo no querían tener que acompañarme y hacer mas lenta la excursión.

Me senté al refugio de un pequeño peñasco que parecía lo suficientemente estable y evalúe mis opciones. No había nadie en el grupo que me conociera, el camión podrá regresar a la ciudad sin mí y nadie se enteraría. Pero el camión no regresaría en medio de la tormenta, definitivamente. Así que tenía hasta entonces para bajar por la montaña, en la niebla, muriéndome de frío, despacio para no volverme a caer y romperme algo pero no lo suficiente como para que me encuentre un oso...

En eso pensaba cuando vi algo moverse entre la neblina. ¡Un oso! Me levanté de inmediato buscando un árbol para trepar, pero me golpee con la piedra bajo la cual me había refugiado y perdí el equilibrio. Escuché pasos cerca, casi podía escuchar la respiración pesada del animal antes de atacar. Intentando recordar mi escaso entrenamiento antes del viaje, me tiré al piso para hacerme la muerta.

Debí haberme visto particularmente ridícula, tendida en el suelo en medio de la lluvia, porque el "oso" empezó a reírse, llenando el aire frío con su voz.

--¿Señorita? ¿Se puede parar, por favor?

Me incorporé un poco. La persona enfrente de mí se agachó y me extendió una mano que no acepté. Llevaba la cara cubierta, pero podía ver una sonrisa burlona en sus ojos verdes.

--¿Se encuentra bien?

--Sí, excelente - le digo, avergonzada, tallándome el lodo de los pantalones. Solo logré ensuciar más mi ropa, y procedí a buscar mi mochila para seguir mi camino.

—¿Buscaba esto?

El muchacho sostenía mi mochila en una mano, colgando como si no pesara nada.

—Ah, sí. Gracias —
Pero no me la pasó. Se la echó a los hombros a pesar de mis protestas.

—Vi a su grupo pasar hace ya rato. Venía con ellos, ¿no? Como veinte personas, camisas moradas...

Sin esperar a que le contestara, tomó su bastón y me hizo señas para que me acercara.

—La ayudo a bajar, no puede hacerlo sola. Si no sabe cómo, se puede lastimar y alguien la va a tener que venir a buscar.

—No, no van a venir, no te preocupes. ¿Podrías regresarme la mochila ya?

Me empezaba a molestar que me hablara de usted. El muchacho me miró extrañado, ignorando  la molestia en mi voz.

—¿Eso es lo que la preocupa, que no vengan? ¿No que se rompa la pierna y se la coma un oso? ¡Vaya! Pues qué bueno que la vine a buscar.

Se acercó, y me ofreció un brazo para que lo sostuviera. Lo ignoré, pero comencé a caminar a su lado por el camino de tierra que se seguía convirtiendo en lodo.

Tuve que aceptar su ayuda un par de caídas después, y caminamos entre piedras y matas, él apoyado de su bastón, colocando los pies con técnica impecable, y yo apenas siguiendo, intentando pisar como me decía pero recargando cada vez más peso en sus brazos conforme el cansancio se me acumulaba. Intentando distraerme, hablamos. Me dijo que se llamaba Jared, que vivía ahí cerca, y que a veces hacía de guía en excursiones. Le conté de mi nueva vida en la gran ciudad, de porqué estaba en medio de la nada con un montón de extraños, de cómo a nadie le importaría si desapareciera.

—Te entiendo, —me dijo, atrapándome cuando pise una piedra floja y me fui hasta abajo por quinta vez — Yo también pensaba eso. Me gustaba decirme que era para bien, que depender solo de mí mismo me hacía fuerte. Es bonito estar en compañía de uno mismo, pero es triste estar solo. Son cosas muy distintas, ¿sabes?

Llegamos a un pequeño río y me detuvo un momento mientras buscaba otro camino. Me tomó de los hombros y me miró muy serio, tan serio como se puede ver uno con esa ropa ridícula que traía puesta.

— Si te sigues sintiendo así, puedes venir a buscarme. Te podrías quedar aquí conmigo, y ninguno de los dos estaría solo nunca.

En medio del ruido blanco de la tormenta, suspendidos en la nada de la niebla fría, llegué a considerar su oferta. Pero luego recordé que era un extraño en la montaña, que metros más abajo existía un camión al que tenía que regresar, kilómetros al sur una ciudad en la que tenía que trabajar, varias horas al este un hogar para algún día regresar y demostrar que pude aunque no creyeran en mí.

Así que solo me reí. Él también rió, pero me dijo que lo pensara. Bajamos el resto del camino en silencio, hasta que noté una forma familiar a la distancia.

—¡Son ellos! Jared, ¡son ellos!

Me dió un abrazo y me solté riendo, corrimos al camión juntos. Mis compañeros me veían a la distancia, y Jared se despidió de mí justo antes de que llegara el primer coordinador.

—Lorena, ¿porqué chingados bajaste sola? Si les dijimos que si se separaran se quedaran ahí, que es bien peligroso.

Voltee a la montaña, Jared apenas empezaba a perderse en la neblina. Como si sintiera mi mirada, volteo y me guiñó el ojo.

—Pero si no bajé sola... Un muchacho me ayudó a bajar, venía conmigo, ¿no lo vieron?

Los instructores se miraron entre ellos. Uno me puso una mano en la frente, buscando señales de fiebre.

—No, pues si se pego fuerte en la cabeza.

—Aquí ya no sube nadie, Lorena, por eso es la novatada. A este bosque la gente nomás viene a morirse.

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