Cuatro paredes

De acuerdo a sus indicaciones, las puertas de la mansión habían sido cerradas, los guardias vigilaban las ventanas, los invitados se concentraban en el salón principal, ignorando el olor mustio que había dejado el cuerpo que encontraron los sirvientes hace apenas media hora. Ahora esperaba, la cabeza entre las manos mientras los escuchaba repetir sus indicaciones a lo lejos.

Estalló cuando escuchó a su jefe reir cerca de ella.
—¡Usted no diga ni una palabra! Usted es el que nos metió en este problema.
—Querida, sabes bien que no me gustan las fiestas. Si accedí a venir a esta y te pedí que jugaras el papel de detective una vez más fue por una buena razón, y tu lo sabes.
—¿No podía mostrar la cara, por una vez al menos?
—¿Y privarte de la mejor parte, del tedio de las conversaciones mundanas? No, somos buen equipo así: tú eres el cerebro y yo los ojos, y nadie sabrá nunca que el mejor detective del mundo no se concentra en una sola persona.

El cerebro y los ojos… A pesar de que sabía que lo que decía era por mucho una exageración, le complació saber que la consideraba parte importante de la operación. Llevaban un par de meses trabajando de esa forma: ella se presentaba como el detective Romberg, cuya fama había alcanzado a todos pero cuyo rostro era aún desconocido, mientras el verdadero Romberg le cargaba las maletas, libre para rondar por donde quiera que fueran y recabar información libre de sospecha y de ojos curiosos.

Pero justo en esa ocasión la fama que ambos habían crecido los tomó de sorpresa: había ocurrido un asesinato en ese mismo salón, y de inmediato todos los ojos se tornaron hacia la joven actriz. Romberg la había seguido hacia la sala que le dispusieron para interrogar a las personas, y ahora ambos se enfrentaban a una realidad que habían logrado evitar: Alethia no tenía idea de cómo interrogar a un sospechoso.

—No es tan difícil, querida — la consolaba el hombre desde el otro extremo del cuarto. -limítate a decir cosas que suenen inteligentes o complicadas, eso siempre nos funciona

—Eso nos funciona, señor — Aletia lo miraba enfurecida, pero su tono seguía siendo cortés — porque detrás del telón usted puede proceder con las interrogaciones de verdad. Ahora no podemos hacer eso, porque decidió que no podía esperar cinco minutos para que lo acompañase, antes de lanzarse a ver la escena del crimen como una cabra loca.

—En mi defensa, quería ver si el asesino seguía en el salón de nuestro huésped. Querida amiga, le sorprendería lo común que es que un asesino permanezca...

—Sí, tan común que se le ocurrió también a los sirvientes y lo atraparon a usted saliendo.

Hubo un silencio mientras Alethia retocaba su peinado, dándole la espalda a su maestro. Después el hombre se acercó un poco más, hablando con dulzura.

—Sé que estás nerviosa... Pero no tienes por qué. Sé que has aprendido algunas cosas durante los meses que has pasado a mi lado, y no te habría puesto a cargo de mi imagen si no supiera que estás lista para situaciones así. Así que, qué te parece si me quedo aquí, detrás de este librero, mientras tú entrevistas al resto. ¿Sí?

La actriz suspiró —Bien. Supongo que está bien. ¿Algún consejo antes de empezar? He mandado a llamar a las personas que me dijo, pero no tengo idea de porqué las considera sospechosas. Me parecen personas completamente honestas.

—¡Ah! Querida amiga, ¿quién diría que una actriz tan prestigiosa como tú no es capaz de identificar una farsa? ¡Todos en esta fiesta tenían motivos para asesinar al duque! En especial — y al inclinarse sobre la mesa se acercó más a su asistente, quien se acercó a su rostro para escucharlo susurrar — la duquesa... Este es un tema muy delicado, de amores y traiciones, ¿lo ves? Así que apreciaría que guardaras su interrogación para el final, y que dejes ver tan poco de lo que sabes como puedas, ya que podría haber represalias en nuestra contra. Pero pregúntale sobre ella a los demás de la lista, y verás cómo es un secreto a voces que la duquesa tenía motivos suficientes para borrar al estimado duque de la lista de invitados.

Aletia se recargó una vez más sobre la silla del estudio, pasó sus manos por el grabado de la tela.—Entiendo...  — le murmuró a Romberg, y le dirigió una sonrisa. —Desaparezca, pues, ya que eso es lo que mejor sabe hacer.

Y apenas se había ocultado el perfil de su sombrero cuando la joven actriz llamó al sirviente que esperaba del otro lado de la puerta.

—Haz llamar a la Duquesa, por favor.

La mujer que entró al cuarto conservaba poco de la compostura que había mostrado cuando recién se presentaron. Varios mechones de cabello oscuro le cruzaban el rostro enrojecido, y a pesar de que estaba seria de nuevo sus manos se cerraban sobre la seda de su vestido con fuerza.

—Siéntese, madame.

Aletia se inclinó sobre la mesa como antes lo hubiera hecho su maestro, y le indicó a la mujer que hiciera lo mismo. —¿Ve desde aquí -no, un poco más a la derecha, entre este librero y aquel - un perfil familiar?

La expresión de amargura que cruzó el rostro de la duquesa, aunado al rastro de perfume que minutos antes había sentido en la ropa de su maestro, fue confirmación suficiente, y apenas empezaba a llamar a los guardias cuando el primer librero ya estaba estrellándose en el piso, con un estruendo.

—¡Guardias! ¡Arresten a ese hombre!

El aludido tumbó otro librero sobre los guardias y trepó al alféizar de la ventana con una agilidad que Alethia nunca había visto. Se detuvo un momento para hablarle a la duquesa.
—¡Hiciste mal en rechazar mi propuesta, amor! ¡Te pudriras en prisión, sea lo último que haga en la vida, e incluso en la siguiente no te escaparás de mí!

Aletia le aventó un libro cercano a su jefe, quien la volteó a ver.

—Tampoco será esta la última vez que nos veamos, querida amiga.

Y tras inclinar su sombrero, desapareció por la ventana.

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